domingo, 10 de enero de 2016

EL MUNDO DE BEA SIN GLUTEN

sábado, 13 de octubre de 2012

viernes, 12 de octubre de 2012

los piratas

España y la crisis

España afronta una crisis a tres bandas. La más evidente es la económica. Ésa es la madre del cordero. La crisis económica tiene elementos financieros y fiscales, y se expresa en un altísimo nivel de desempleo, especialmente entre los jóvenes, todo consecuencia de la debilidad tradicional del tejido productivo nacional: poca innovación y escasa productividad. La sociedad española, sencillamente, no produce lo suficiente para dar trabajo y costear el Estado de Bienestar y la enorme burocracia generada por diecisiete gobiernos regionales. Es obvio: si se quiere vivir como los alemanes y los suecos hay que producir y administrar como ellos. De lo contrario, las cuentas nunca salen. A esa crisis le sigue el viejo fantasma del separatismo vasco y catalán, especialmente el catalán, exacerbado en épocas de vacas flacas. Con un territorio de 32 000 kilómetros cuadrados, siete millones y medio de habitantes, una lengua, una historia y una cultura propias, muchos catalanes se sienten parte de una entidad nacional diferente a la española. ¿Son la mayoría? Es difícil saberlo. Depende de la provincia y hasta del pueblo donde se mida la intensidad del sentimiento nacionalista. También es casi imposible medir un fenómeno subjetivo como es la importancia con que cada uno de ellos asume la identidad catalana, y en qué medida la contraponen a la española. (Cuatro de mis tías abuelas por el lado materno, originarias de Lloret del Mar, unas bellas mujeres, vivieron y murieron solteras en La Habana, suspirando porque nunca encontraron catalanes con los cuales casarse). El cuadro vasco es diferente. Con un pequeño territorio de 7 200 kilómetros cuadrados –la reivindicación de las provincias vascas francesas es una fantasía infantil–, poco más de 2. 250 000 habitantes, una lengua, el euskera, endiabladamente difícil de aprender, que sólo habla menos de un tercio de la población, y muy escasas manifestaciones culturales, es más improbable que los vascos logren crear un estado independiente, objetivo que, además, según las encuestas, no comparte la mitad de los habitantes de la región. No obstante, Euskadi es la zona de España más industriosa, la que más riqueza per cápita genera, y la que ha logrado, junto a Navarra (mitad vasca) la mejor calidad de vida en toda la Península, como puede comprobar cualquiera que tenga la dicha de visitar San Sebastián o Vitoria. El tercer factor de inestabilidad es la fragilidad institucional, y muy especialmente el modelo de Estado. A lo largo de los últimos dos siglos la dinastía real de los Borbones ha provocado tres terribles guerras civiles “carlistas”, ha desaparecido tres veces (y otras tantas ha sido milagrosamente restaurada), y en dos oportunidades los españoles han ensayado, sin ningún éxito y con desenlaces sangrientos, el modo republicano de gobierno. El rey Juan Carlos es muy popular en el país, y la mayor parte de los españoles le atribuye, con razón, un papel muy relevante en la transición a la democracia, pero probablemente él es más respetado que la institución monárquica, aunque su hijo Felipe y la princesa Letizia son también muy queridos y admirados. En todo caso, la relación de los españoles con su casa real no parece ser tan fuerte como la que se observa en Inglaterra, Holanda o los países escandinavos. En fecha tan reciente como 1975, la víspera de la muerte de Franco, a Juan Carlos le llamaban “el breve”, porque muchos españoles pensaban que duraría muy poco en el trono. La conclusión de este sucinto análisis es obvia: España, como la conocemos, con sus gobiernos autonómicos y su monarquía, sólo puede sobrevivir en democracia si logra un mínimo razonable de prosperidad económica, movilidad social y progreso material, en el que la mayor parte de la población y las distintas regiones encuentren que tiene sentido participar en un modelo de Estado y de una forma de gobierno que las beneficia y que están a su servicio. Pero todo eso implica ampliar, fortalecer y modernizar el tejido empresarial. Si no se produce esa transformación, la crisis puede desembocar en un desastre permanente. Ése es el dilema.

lunes, 23 de enero de 2012

YOGA

http://youtu.be/Gs0SSRhlnoo

viernes, 25 de marzo de 2011

BASES DEL APRENDIZAJE Y EDUCACIÓN

Cuentos para la reflexión

LA TRISTEZA Y LA FURIA

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta. En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas...
Había una vez un estanque maravilloso.
Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...
Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.
Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque. La furia, apurada, como siempre esta la furia, urgida, sin saber por qué, se bañó rápidamente y mas rápidamente aún, salió del agua...
Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...
Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza...
Y así vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro, o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo, con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.
Jorge Bucay